Destinos y distopías humanas del futuro tecnológico (2a. parte)

Comencemos pues, a abordar el problema del cuerpo-cerebro, o cerebro psicosomático, en relación con los escenarios actuales y la prospectiva mundial; los escenarios distópicos de las guerras actuales y las que se avecinan probablemente; el desarrollo del espionaje electrónico, el cual vendría a representar esa estructura corporativista de inteligencia integrada al desarrollo de estrategias de control y futuro del poder en manos de regímenes de sociopatas, gobiernos regidos por autocracias sin reglas de operación, por mencionar algunos de los estados de incertidumbre para la supervivencia de las democracias regidas por visiones retrógradas.

También se reflexiona en cuanto al segundo problema que se vincula al denominado cerebro sensorial-perceptivo que describe un diagnóstico de los destinos de supervivencia y emancipación de la civilización contemporánea al borde lo que ya en anteriores publicaciones se ha venido acotando: al borde del caos planetario; la fragmentación de los Estados y sus instituciones democráticas controladas por sistemas de redes neuronales de inteligencia artificial (sistemas de inteligencia de asedio y vigilancia política-militar); es decir, la distopía de la humanidad regida por un sistema de cuotas y privilegios, según asuma su postura para legitimar regímenes déspotas totalitarios; o en un nivel prospectivo, la empresa automatizada que emplea la activación de androides como herramientas sistemáticas de supervisión ciudadana, o lo que, en la reflexión filosófica de B. Stiegler (2019), acota los peligros de la demencia de los que abogan por crear una era de la disrupción como manifestación de sus intereses corporativos de influencia para incentivar y acelerar el proceso antropocéntrico de los ciudadanos a sistemas inteligentes de vigilancia colectiva, ahora convertidos desde esa visión, en meros proveedores cognitariados de datos para empoderar el corporativismo mundial del capitalismo computacional, la infraestructura y administración digital automatizada de los datos como principal premisa para asegurar la seguridad de las empresas del siglo XXI, no tanto así a los empleados que ahí colaboran y trabajan, contribuyendo, por otro lado, al desarrollo de protocolos de identidad y de asociación que intentan impulsar las redes sociales, al contrario, de la visión corporativa, que selecciona, discrimina y desindividualizan las capacidades humanas, aquí el hecho es contundente por la propia supervivencia planetaria al borde del caos, la defensa por la ciudadanía, la autonomía y los derechos humanos y la democracia.

 


Donde encontramos que son los propios deseos, las expectativas y voliciones las que determinan en las personas como individuos las que con sus propias protensiones (una nueva clase de barbarismo de gobernabilidad algorítmica), señala Stiegler, es un claro llamado a la teleología del nihilismo nietzscheano (un fin sin propósito), pero con una clara intención, de no ser el que tendrá que realizarse en ese horizonte prospectivo, el advenimiento de una cultura y sociedad automatizada: la ausencia de una individuación sustituida por un proceso gradual de desindividuación y transindividuación, impulsada a crear un proceso de metástasis colectiva basada en sistemas digitales terciarios. 

Es decir, en algo que constituye su verdadera intención, es la fase del entrenamiento y formación de recursos humanos, como elementos que son ya parte del engranaje de esa red neuronal cibernética en manos de los que detentan el poder en las democracias e instituciones, como poder fáctico de Estado, para configurar velozmente una sociedad transhumanista en la que subyace el hecho de masificar la vigilancia policiaca permanente colectiva, como estrategia de permanencia estratégica terapéutica (farmakon del nuevo poder público), para otorgar un supuesto remedio moral de carácter técnico, un constante ejercicio de replanteamiento mental que logre reciclar de manera permanente, el malestar de los problemas contemporáneos de la sociedad digitalizada del siglo XXI, porque dicho dominio se mantiene en lo que cada persona, grupo, o colectivo comparte (información y datos), base fundamental del sostenimiento crucial de las estructuras macroeconómicas globales electrónicas disruptivas. 

Trae en consecuencia como lo argumenta reflexivamente B. Stiegler, un estado de permanente amnesia psíquica y moral en los individuos, y favorece al contrario, la construcción de un proceso vital de diferenciación social y cultural, que, según la reflexión de G. Simondon(2011), sobre lo que él denominó como "tecnicidad", se deriva de la creación técnica, como herramienta fundamental que le permite a la evolución humana (antropocentrismo), surge de la historia de la humanidad desde sus concepciones primigenias mágicas religiosas (universo mágico primitivo), derivadas de una fase teórica estética a otras formas de pensamiento más práctico, y la cual, dicha concepción gradualmente se integró al cuerpo y a la psique humana, como parte sustantiva de una extensión de esa nueva cultura creada durante varias épocas, y principalmente, en la era industrial, se fue transformando las industrias y sus procesos e infraestructura organizacional, en lo que ahora conocemos como empresas tecnológicas digitales sustentadas principalmente en la creación de algoritmos como sustento para la construcción de arquitecturas informáticas emplazadas hacia la automatización de los procesos de producción, con mayor velocidad de procesamiento de la información y automatización de sus fases de producción, insumos que se convierten en datos principalmente y se comparten entre individuos y colectivos como información, lo cual derivó hacia la siguiente fase denominada como capacidad negantropológica, es decir, la capacidad que ha adquirido la actual civilización para transformar lo orgánico en algo artificial. Esto conlleva serios problemas morales y culturales para pensar en ese futuro de la tecnología y el desarrollo y destino de las distopías humanas. 

De estas fases de transformación civilizatoria, se revela y describe en la presente publicación, como por ejemplo, desde el propio discurso de los organismos internacionales como lo divulga el Índice Global de Innovación (GII) del 2022, de la llamada Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (WIPO/OMPI), se hace mención de los países más innovadores en cuanto a lo que han logrado evidenciar en materia de industrialización tecnológica: Suiza (64.6), Estados Unidos (61.8), Suecia (61.6), Reino Unido 59.7), Países Bajos (58), y Corea del Sur (57.8), estos son seguidos de otros países como Singapur, Alemania, Finlandia, Dinamarca, China (continúa su ascenso), Francia, Japón, Hong Kong y Canadá. La evaluación se orienta en cuanto a las instituciones, capital humano e investigación, infraestructura, desarrollo empresarial, producción creativa y tecnología.

En el caso de América Latina, se observa que de los países que han logrado un nivel de innovación considerable en esos parámetros de industrialización tecnológica y de conocimiento, lo tenemos con Chile (34), Brasil (32.5), México (31), Colombia y Uruguay (29.2), Perú (29.1), Costa Rica (28.7), Argentina (28.6), Panamá (25.7), avance logrado debido a lo que se les evalúa respecto a infraestructura, capital humano, la investigación, y el ecosistema empresarial y político. Su diferencia contrasta con los países de la región africana, que están debajo de esa posibilidad de innovación, debido en parte, a sus constantes conflictos geopolíticos internos, locales, el grado de miseria y pobreza, baja productividad, bajo desarrollo económico, bajo nivel de educación, tal es el caso de Ruanda, Madagascar, Etiopía, Uganda, Burkina Faso, Togo, Mozambique, Nigeria, Mali, Yemen.

Los contrastes de desarrollo, son también parte de lo que de alguna manera visualizó y advirtió en sus estudios reflexivos filosóficos, B. Stiegler (2019), la sociedad de la era disruptiva (sociedad automatizada), ahora ya es parte de una fase ultraliberal y autosuficiente que busca ese estatus por sí misma, a favor de la economía computacional que algorítmicamente tiene su propia capacidad de disolver y absorber lo social de manera ilegal y radical, a la velocidad de sus propias formas posibles negantropicas (farmakón) para sustituir y destruir, hasta donde pueda ser posible, todo deseo, afecto, complemento, identificación, singularidad, individuación, y todo aquello que sea susceptible de atentar contra el inminente avance tecnológico, aun a pesar de lo que traiga consigo efectos irreductibles hacia la concepción moral de los colectivos humanos, aun a pesar de las advertencias a voces abiertas en foros y congresos internacionales donde expertos y científicos exponen en sus investigaciones y reportes, de lo que han anunciado de seguir en esta trayectoria de caos planetario ambiental, el avance de las distopías humanas sigue su propio cauce, y aún no hemos dimensionado la verdadera situación que se avecina por ejemplo, con el discutido y politizado tema del calentamiento global, y de lo que pueda traer este cerebro sensorial perceptivo, y aún nos siguen avisando del grave deterioro que estamos ya causando al propio equilibrio de los ecosistemas. 

De la fase negantrópica de convergencia hacia una sociedad dominada por lo artificial y ese narcisismo declarado por los promotores de la trans-individuación prosigue su proceso de administrar las fuentes de ese nuevo barbarismo tecnológico disruptivo, mientras se alzan nuevas olas de protesta civil contra toda esta demencia del espejismo en contra de todo lo que signifique y represente simbólicamente lo humano, para reducirlo a una mera base de datos y algoritmos se convierte en escenarios de incertidumbre o en verdaderas oportunidades para lograr la transformación de la civilización del presente siglo. De esto continuaremos abordando en la siguiente publicación.

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