Transformación digital y sociedad: La IA como catalizador del cambio (2a parte)
Comencemos por decir, que otro de los aspectos relevantes que nos está tocando vivir y experimentar con la IA, es como está revolucionando no solo la forma en que podemos crear cultura, sino también cómo la consumimos y la interpretamos. Este cambio paradigmático redefine de alguna manera, los límites entre los creadores, consumidores y tecnología misma.
Pongamos como ejemplos dos series de Netflix, "Black Mirror" y una de reciente aparición en su catálogo, "El Mañana y Yo", miniserie distópica tailandesa. En el caso de la primera, plantea varias cuestiones a tomar en cuenta de cómo las tecnologías digitales basadas en la IA, en cuanto a la concepción de interfase humano-máquina, en el episodio "The Entire History of You", nos muestra cómo los dispositivos implantados que registran cada momento de nuestras vidas pueden alterar el modo en que experimentamos la memoria y las relaciones humanas. dicha interfase de esta miniserie no solo es funcional, también abre preguntas sobre la dependencia tecnológica y la pérdida de la autonomía humana.
En la miniserie tailandesa, de forma muy sutil aborda como la IA y el big data pueden influir en nuestra toma de decisiones cotidianas. La relación entre los personajes y la tecnología, refleja una dependencia emocional con dispositivos que personalizan las experiencias humanas, desde algoritmos predictivos hasta asistentes virtuales que moldean sus vidas. Ambas series plasman una visión crítica sobre la convergencia entre humanos y máquinas, mostrando cómo esta interfase puede ser tanto una herramienta de empoderamiento como un peligro para la privacidad, la identidad y la libertad.
Las relaciones interpersonales que se muestran en las dos mini series, plantean que la tecnología puede facilitar las interacciones, pero también puede deshumanizarlas al convertirlas en meras transacciones medidas por algoritmos o métricas, lo que tiene un impacto directo en la empatía y la confianza. Este aspecto tiene una relación con las conductas de consumo tecnológico. Por ejemplo, en "Black Mirror", explora cómo la tecnología transforma los hábitos de consumo, desde el entretenimiento hasta el comercio. Se puede apreciar en el episodio, "Fifteen Million Merits", donde los personajes viven en un sistema distópico donde todo está gamificado y el consumo cultural se convierte en una forma de control. Este episodio en particular, muestra sobre cómo los algoritmos y los sistemas de recompensa moldean nuestros deseos y decisiones.
En la miniserie tailandesa, analiza cómo los usuarios se relacionan con aplicaciones y dispositivos que personalizan su consumo cultural, desde recomendaciones de contenido hasta servicios globales de streaming. Esto refleja cómo la tecnología no solo satisface las necesidades del consumidor, sino que las crea. Ambas series critican las formas en que las plataformas tecnológicas moldean las conductas de consumo al explotar el comportamiento humano, como el deseo de valor social, la gratificación instantánea y la personalización (Zuboff, 2020; G. Lovink, 2019; F. Berardi, 2017).
Por lo tanto, la estética transmedia y el consumo cultural de estas dos series en particular, presentan, en el caso de "Black Mirror", una antología de historias autocontenidas, donde cada episodio está conectado con temas comunes relacionados con la tecnología. Esto fomenta en las audiencias, un consumo cultural no lineal, donde el espectador elige episodios según sus intereses. Tal es el caso del episodio titulado "Brandersnatch", el cual le permite explorar la interactividad e invita a tomar decisiones que alteran la narrativa e incorpora una dimensión transmedia.
En la miniserie, "El Mañana y Yo", la estética se muestra al espectador, minimalista y futurista, junto con una narrativa reflexiva y fragmentada, y fomenta una experiencia de consumo adaptada al streaming. Es decir, al igual que la otra serie, utiliza un diseño visual y narrativo que conecta con una audiencia global, haciendo uso de elementos de diseño contemporáneo y narrativas que resuenan con las preocupaciones del público.
La narrativa de estas series sugiere que el futuro de la creación cultural estará marcado por una tensión constante entre la innovación tecnológica y la preservación de la experiencia humana auténtica, planteando preguntas fundamentales sobre la naturaleza de la creatividad y la expresión artística en la era digital, y corrobora de acuerdo a la reflexión filosófica crítica de B. Chul Han (2018, 2019, 2020), que la creatividad y la expresión artística ya no se basan en la idea de la originalidad o la autenticidad ligada a un lugar o tradición específica, sino que se convierten en actos de recombinación, reinterpretación y apropiación de elementos multiculturales, o hasta hiperculturales como lo define el autor, donde se manifiesta "una especie de yuxtaposición de ideas, signos, símbolos, imágenes y sonidos diferentes (hipertexto cultural)", los cuales están directamente relacionados con la era digital, donde las tecnologías facilitan la circulación y el remix constante de imágenes, sonidos e ideas, promoviendo una estética de la hibridez y la fragmentación. Con esta dinámica argumenta el autor, corre el riesgo la producción artística en ser trivializada.
En la era digital, la creatividad a menudo se reduce a la lógica del mercado y la viralidad. Este fenómeno revela lo que Han (2012, 2018), conceptualiza como "la sociedad del rendimiento", donde la presión por producir y sobresalir socaba la profundidad y el significado de la creatividad, porque el encargado de producir objetos culturales, simplemente se autoexige hasta el máximo de sus capacidades físicas y mentales, porque su deseo e impulso inconsciente, es continuar acumulando ideas que produzcan cultura de hoy, contemporánea de manera novedosa y atractiva, de impacto inmediato para los consumidores, significa también, el hecho de establecer ¿conexión con quién o quiénes?, con las audiencias más próximas e inmediatas que están al tanto de lo que se produce en dispositivos tecnológicos, pero más específicamente en las plataformas y redes sociales encargadas de distribuir sistemas de vigilancia y seguimiento de los patrones de consumo e interacción social entre personas, grupos y colectivos, entre marcas publicitarias (branding) correspondientes a empresas que establecen acuerdos con los dueños de dichas plataformas (Google, Facebook, Amazon, etc.), cuyo objetivo es mantener cautivos (vasallos) para consolidar un sistema basado en el tecnofeudalismo (Y. Varoufakis, 2024), o tecnocapitalismo (Berardi, 2017). o capitalismo de vigilancia (Zuboff, 2020).
Finalmente, el impacto en la transformación del consumo cultural en ambas series, ofrecen una visión crítica de la tecnología, lo que contrasta con la glorificación habitual de la innovación tecnológica en la cultura popular. Esto ha llevado a un cambio en la percepción del público, que ahora ve la tecnología como algo que debe ser cuestionado, no solo aceptado. Esto nos lleva a los siguientes planteamientos que abren a su vez, posibles líneas de reflexión multifactorial e investigación multidimensional y aquellas otras interconectadas sistémicas emergentes de carácter multidisciplinarias, interdisciplinarias y transdisciplinarias.
Primero, reconocer que los algoritmos de recomendación y personalización que llegan a ser utilizados y basados en IA, están transformando de manera radical cómo descubrimos y consumimos contenido cultural. Segundo, dado que esta nueva forma de curación algorítmica está creando burbujas culturales personalizadas, también nos lleva a plantear preguntas sobre la diversidad serendipia de nuestras experiencias culturales.
Y tercero, cabe mencionar, que los desafíos y oportunidades, se harán manifiestos sobre lo relacionado con: la autenticidad y la originalidad en la era de la IA generativa; sobre la propiedad intelectual y derechos de autor en creaciones asistidas por IA; en la preservación de la diversidad cultural en un mundo algorítmico; y en las nuevas formas de colaboración entre humanos y máquinas. Tendrá que establecerse de común acuerdo una serie de reglas de operación, asociadas a leyes internacionales y estándares de gestión de calidad que permitan instrumentar políticas públicas vinculadas directamente con la vigilancia y seguimiento de dichas producciones culturales con IA (UNESCO, 2017, 2022; Naciones Unidas, 2024; Parlamento Europeo, 2023; OCDE, 2022).
Coincide en parte con lo que expone F. Berardi (2017) respecto a concebir formas para transformar el sentido de lo tecnológico que permita, en parte, establecer horizontes de posibilidades para construir escenarios de futuro que defiendan a las personas y a la sociedad que solo consume objetos culturales derivados de las industrias dedicadas al entretenimiento. A este respecto, señala G. Lovink (2019), la relación entre las tecnologías digitales y su relación con el ámbito de la cultura, son consideradas como industrias de la emoción digital, las cuales contienen ciertas dinámicas asimétricas de poder: control algorítmico de emociones, concentración de datos afectivos, manipulación del estado de ánimo y una considerable dependencia emocional digital. Los costos psicosociales de este tipo de consumo a nivel individual, señala este autor, se manifiestan por una especie de agotamiento emocional, ansiedad performativa, adicción a la validación, y una fragmentación identitaria (coincide con la postura de Chul Han). En lo colectivo, se proyecta una importante erosión de autenticidad social, mercantilización de relaciones, polarización afectiva y desgaste empático.
Como podemos observar, el campo de análisis y reflexión se manifiesta en ese complejo proceso de producción de dicha transformación digital en la sociedad, y el papel preponderante de la IA como entidad catalizadora del cambio, en este caso, sobre las formas de expresión cultural propios de las industrias y mega-corporativos dedicados a lograr la pérdida de autonomía individual de las personas, a una indisoluble concentración de poder para incrementar una desigualdad social creciente, y por lo tanto, una erosión de la democracia, conllevan elementos y aspectos que mezclan sobradas intenciones derivadas de las empresas tecnológicas (Big Tech) y de parte de los actores del capitalismo de vigilancia (Zuboff, 2020). Queda aun mucha madeja por deshebrar a fondo.
De esta manera, concluimos este segundo apartado, diciendo que la revolución cultural impulsada por la IA no cabría considerarla como mera transformación tecnológica, sino como un cambio fundamental en cómo creamos, compartimos y experimentamos la cultura. Este cambio nos obliga a repensar conceptos fundamentales, asociados directamente con lo que podemos reflexionar y tomar distancia respecto a la creatividad, la autoría y la autenticidad en la era digital. De modo que la revolución no está en la tecnología misma, sino cómo está transformando nuestra relación con la cultura y la creatividad potencialmente humana.
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