Del Neuro-aprendizaje al Neuroliberalismo: ¿Están las Ed-Tech diseñando cerebros eficientes en lugar de ciudadanos críticos? (3a parte)
Habiendo delineado el marco ideológico del neuroliberalismo y desglosado la arquitectura algorítmica de las Ed-Tech en los apartados anteriores, llegamos a la encrucijada final: el impacto de este modelo en la formación del sujeto. La pregunta que define la controversia es si la educación, al adoptar esta lógica de optimización, ha abandonado su misión de formar ciudadanos deliberantes y ha abrazado, en cambio, la de modelar "cerebros eficientes" y adaptables, diseñados para el mercado.
La meta del neuroliberalismo no es la felicidad ni el conocimiento en el sentido clásico, sino la adaptación perfecta. Para el sistema, el sujeto eficiente es aquel que puede absorber las exigencias del mercado sin colapsar. En este sentido, García-Jaén (2018) critica cómo prácticas como el denominado mindfulness o la autoayuda , son en parte, promovidas por los encuadres metodológicos del Ed-Tech orientados al bienestar, sin embargo, se convierten en herramientas de "psicopolítica", es decir, enseñan a gestionar los afectos y el estrés como un fallo individual de manejo, en lugar de cuestionar las condiciones laborales o educativas que los generan. El sujeto es entrenado de esta manera, para ser funcional, no para ser libre.
Esto plantea lo siguiente: ¿Qué rol juega la disidencia o el pensamiento político en un modelo educativo y social centrado obsesivamente en la neuro-adaptación?
La respuesta crítica es que no juega ninguno. Cuando la "neuro-responsabilidad" es absoluta, como lo señalan Pitts-Taylor (2016), la crítica al sistema se interioriza como una deficiencia personal. Si el cerebro es "plástico" y las Ed-Tech me da las herramientas para "moldearlo", según Rodríguez (2017), cualquier insatisfacción o fracaso es una prueba de que no me esforcé lo suficiente en mi autogestión neuronal. Este círculo vicioso despolitiza el malestar y lo convierte en un problema de auto-ayuda y coaching.
Los críticos señalan que este es el triunfo final de la "gubernamentalidad conductual" (Whitehead, J. y Pykett, 2017), donde la tarea del gobierno (o de la plataforma Ed-Tech) ya no es ideologizar abiertamente, sino simplemente diseñar entornos que guíen al individuo hacia la conducta deseada. El "cerebro eficiente" es aquel que elige sistemáticamente la ruta algorítmica, sin necesidad de ser coercionado o convencido políticamente, de acuerdo a los intereses del estado y sus instituciones públicas, de las empresas y de las universidades entre otras.
El ideal del "ciudadano crítico" -como aquel que cuestiona estructuras, se compromete con la justicia social y debate libremente-, es el enemigo conceptual de la eficiencia neuroliberal. La Ed-Tech, con su foco orientado en las métricas y la fragmentación de las competencias (Valle, 2021), elimina la fricción pedagógica: el tiempo muerto, la reflexión sin propósito, el debate que no conduce a un "punto" medible. Se prioriza el conocimiento instrumental sobre la sabiduría humanista y ética.
El contraste teórico es claro. Mientras una pedagogía crítica buscaría la emancipación a través de la conciencia de las estructuras de poder, el neuroliberalismo busca la servidumbre voluntaria a través de la ilusión de la auto-optimización (García-Jaén, 2018). El "sujeto cerebral" se siente empoderado por su capacidad de medir y hackear su propia mente, sin percatarse de que esa capacidad es métrica de su docilidad.
El ciclo se cierra con la dataficación del yo. Las plataformas Ed-Tech, al actuar como "tecnologías del yo" (Thorhauge, 2023), no solo registran el comportamiento, sino que lo normalizan. el estudiante es constantemente comparado con el ideal de "eficiencia", creando un panóptico digital que no solo castiga el bajo rendimiento, sino que patologiza la ineficiencia, transformándola en una "anomalía cerebral" a corregir.
Por lo tanto, el riesgo que enfrentamos en la tecno-pedagogía contemporánea es que estamos invirtiendo masivamente en herramientas y metodologías que, en última instancia, promueven una forma de vida técnica en lugar de una forma de vida ética. La educación se convierte en un medio para una adaptación sin fin en sí mismo para el florecimiento de una vida crítica.
La controversia final radica en la elección: ¿Continuaremos celebrando la "plasticidad" cerebral como una herramienta de rendimiento individual y adaptación al statu quo, o la reclamaremos como el potencial radical para la desadaptación y la transformación estructural? La formación de un ciudadano crítico exige deliberadamente rechazar la lógica de la máxima eficiencia y aceptar la complejidad, la fricción y el tiempo muerto.
La proliferación del "neuro-aprendizaje" bajo la sombra del neuroliberalismo nos obliga a una pista reflexiva: ¿Estamos realmente educando o simplemente estamos programando la próxima generación de "cerebros eficientes" perfectamente adaptados a un sistema que necesita ser desafiado? La respuesta a esta controversia no está en la tecnología, sino en la intencionalidad ética y política de nuestra pedagogía vigente en tiempos de la inteligencia artificial.



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