La Cuarta Discontinuidad y el Futuro de la Humanidad: Más Allá del Antropocentrismo (2a parte)

 Lo que ya comenzamos a discernir y reflexionar en el apartado anterior, respecto a la postura que asume Mazlish (1993) sobre su concepción de esa "Cuarta Discontinuidad", señalamos que existen también, otras posturas similares que toman diversos enfoques de análisis y reflexión, acerca de la tecnología que puede llegar a sustituirnos en las relaciones humanas, porque, a medida que las máquinas, en la cual ya se incluyen a los robots (sociales), que, por cierto, durante este año podremos ver notables avances con prototipos innovadores, incluyendo los chatbots, que cada vez logran mostrar la capacidad de comprensión y gestión de las emociones, hecho que vamos a observar cómo las personas van a interactuar con ese tipo de relaciones artificiales en lugar de las relaciones humanas. 

Esto podría, según lo plantea Sherry Turkle (2011) en su libro: "Alone Together", ser parte de crearles a las personas una "ilusión de compañía", la cual no satisface, solo por momentos, las necesidades emocionales profundas, creando una importante dependencia que resulta en el incremento y en un mayor aislamiento. ¿De qué manera se puede relacionar esta reflexión con la postura de Mazlish?, pues, simplemente por el hecho de vincular a las personas que presentan algún conflicto de tipo emocional-afectivo, en lugar de recurrir con algún familiar, con el párroco de la iglesia, o con el psicólogo, prefieren consultar a un chatbot, y lo vuelven en su consejero personalizado de cabecera.

 

Esto podrá traer consecuencias en la conducta y salud mental de dichas personas, porque lo que va a ser la máquina inteligente, es el hecho de procesar algoritmos para obtener datos (información) del perfil de dichas personas, hasta que aprende a ofrecer cierto tipo de respuestas, inclusive, aunque pueda contener errores de percepción y sesgos significativos de comprensión sobre algún conflicto detectado, esas personas van a creer que las respuestas obtenidas, pueden hasta cierto punto, calmar su estado y situación emocional. Obvio, y aquí ponemos en entredicho si realmente, ese chatbot va a poder sustituir de manera definitiva esa interacción cara a cara entre personas, y va a reducirse y a singularizar con mayor énfasis esa discontinuidad que podría mostrarse "amistosa", "cordial", de acuerdo a las expectativas de las personas que requieran acudir a consultar máquinas a las que reciben instrucciones (prompts), o crean textos o audio, y tal vez, ya avatares que podrían responder a las necesidades inmediatas socio afectivas humanas, y hasta aquellas de atender necesidades de tipo sexual. 

Solo el tiempo lo dirá, pero queda en ese espacio tiempo, el pensar que podríamos estar perdiendo nuestra humanidad, o tal vez, ya podríamos estar cerca de esa temida singularidad que promueven y profetizan algunos idealistas del posthumanismo (transhumanismo). Una consecuencia del aislamiento social del siglo XXI, y la gran paradoja de la conexión con las máquinas artificiales.

Porque, si bien la tecnología de la era digital ha logrado facilitar la comunicación instantánea, ha disminuido la interacción social de distinta manera. A pesar de esa paradoja de estar "interconectados", a través de redes sociales con sus respectivas aplicaciones, existe un estado de soledad y aislamiento. Este fenómeno se agrava cuando las personas, como ya se anotó, prefieren interactuar con máquinas en lugar de buscar auténticas interacciones humanas. Esto lo podemos observar y constatar en la generación de adolescentes jóvenes e incluso en niños que se la viven pegados a sus dispositivos electrónicos. Es decir, la dependencia de dispositivos tecnológicos puede llevar a una pérdida de las habilidades sociales, consideradas importantes  competencias para el desarrollo integral de las personas, sobre todo aquellas que se van a incorporar al mercado del trabajo profesional. 

Por lo tanto, la dependencia hacia la tecnología plantea preguntas sobre nuestra propia autonomía e identidad. Por el hecho de delegar tareas y decisiones a las máquinas, corremos el riesgo de perder ciertas destrezas cognitivas y manuales fundamentales para nuestra humanidad. Esta transformación no solo afecta cómo interactuamos con otros, sino también cómo nos percibimos nosotros mismos en relación con el mundo.

A pesar de que las máquinas puedan ser bastante atractivas, como fuentes de compañía y apoyo emocional, es fundamental recordar que estas no pueden reemplazar el valor intrínseco de las relaciones humanas. Expertos coinciden en que lo que realmente necesitamos en momentos de soledad es socializar con otros, ya que las conexiones humanas auténticas son esenciales para nuestro bienestar emocional. La dependencia emocional que puedan adquirir las personas hacia las máquinas puede ocultar problemas subyacentes y evita que desarrollen esas habilidades necesarias para ser más creativos y productivos con los demás.

Por su parte, Nick Bostrom (2024), otro autor que ya hemos mencionado en temas anteriores, sobre la denominada superinteligencia, en su reciente libro: "Deep Utopia: Life and Meaning in a Solved World", el autor explora de manera profunda sobre las implicaciones filosóficas y existenciales de vivir en un mundo donde la inteligencia artificial ha resuelto muchos de los problemas fundamentales de la humanidad. Se destaca en dicha reflexión algunos puntos de interés relevantes.

En primer lugar, desafía la noción tradicional acerca de que el trabajo es esencial para el sentido de propósito y la identidad humana. En un mundo donde las máquinas realizan todas las funciones necesarias, surge la pregunta: ¿Qué papel juega el trabajo en nuestras vidas? El autor sugiere que, en ausencia del trabajo, los individuos podrían encontrar o crear su propio sentido de propósito, lo que podría llevar a una diversidad de formas de vida y sistemas de valores.

En cuanto a la búsqueda de la felicidad, el autor cuestiona esa idea de que, sólo la felicidad depende del hecho de superar desafíos y adversidades. Bostrom explora alternativas de cómo la neurotecnología, para lograr un bienestar perpetuo plantea interrogantes sobre la autenticidad de las emociones y experiencias inducidas artificialmente. Esto nos invita a reflexionar sobre si una vida sin sufrimiento podría ser igualmente significativa. Aunque en un mundo utópico de igualdad material podría ser en sí, una realidad. Bostrom señala que la escasez de estatus y reconocimiento seguiría siendo un problema. Esto desafía igualmente, la creencia de que resolver las necesidades materiales podría conducir de manera automática a una sociedad completamente igualitaria, sugiriendo que aún existirían luchas por el reconocimiento y el valor personal. 

El autor plantea que en "un mundo donde todo está resuelto", los individuos podrían enfrentar la dificultad de encontrar un propósito existencial inherente y universal. La vida en ese sentido, podría volverse vacía si ningún desafío a enfrentar. Lo que lleva a los humanos a cuestionar cómo pueden encontrar significado en una existencia sin dificultades. Sobre todo cuando Bostrom explora cómo convivir con mentes digitalizadas avanzadas  en este futuro utópico que plantea la necesidad de considerar cómo tratar a esas entidades, especialmente si se les otorga algún tipo de estatus social, obviamente el autor se refiere a los robots-androides, sobre todo la nueva generación construidos por empresas y megacorporativos procedentes de China y E.U., hasta el momento. Esto representa una expansión significativa del debate ético sobre la inteligencia artificial. 

El autor discute si la IA puede influir en los cambios culturales y sociales profundos, al sugerir que las transformaciones inducidas por la tecnología van a requerir de una reevaluación continua de nuestros valores y estructuras sociales. Este aspecto destaca la importancia de adaptar nuestras formas éticas a medida que evolucionan nuestras capacidades tecnológicas contemporáneas. Es ya un indicador relevante de las anteriores publicaciones de este autor, en el sentido de los riesgos expuestos asociados a la superinteligencia, Bostrom adopta una perspectiva más optimista, reconoce tanto los riesgos como el potencial benéfico de la IA para resolver problemas globales significativos, llevando a la humanidad hacia una posible era de abundancia y bienestar.

La conclusión para este segundo apartado, podríamos acotar sobre la propia reflexión del significado de ser humano en un mundo transformado por la tecnología. Estos nos desafía a considerar no sólo las implicaciones éticas del desarrollo tecnológico, acorde a esa  visión de la "Cuarta Discontinuidad", porque también nos invita a interpretar el significado personal y colectivo, sobre el propósito del futuro donde muchas de nuestras batallas actuales, nos ponen en situación permanente de alerta y sospecha, porque aún desconocemos las intenciones detrás de estas formas de pensamiento, ¿a qué intereses  correspondan y a quiénes representan dichas utopías? Esto será retomado en la tercera parte. 




Comentarios

Entradas populares