Más allá del algoritmo: repensar la cognición desde la complejidad viva (2a parte)
Si en el apartado anterior se abordó el análisis y reflexión sobre la implicación relacionada con el hecho de reconocer que la cognición emerge de la vida misma, como proceso encarnado y situado. Ahora, el análisis lo centraremos hacia esa concepción del conocimiento transdisciplinario y sistemas vivos, como noción de agencialidad desde una perspectiva, biológica, relacional y evolutiva. Implica en primera instancia, una construcción de conocimiento, que intenta romper con las fronteras disciplinarias rígidas, y permite integrar saberes científicos, filosóficos, sociales y espirituales.
En el artículo de Jaeger et.al.(2024), introducen el concepto de trialéctica adaptativa, paralelo a la reflexión del pensamiento complejo de Edgar Morin: unidad de contrarios, complementariedad de antagonismos, co-emergencia de niveles.
Por lo tanto, la aportación de este enfoque impulsa una nueva racionalidad que integra lo afectivo, lo ético, lo biológico y lo simbólico, y que es fundamental para pensar soluciones a problemas como el cambio climático y su posible relación con los estados de salud mental que están presentándose en la población, incrementados desde los años de la pandemia del Covid 19.
Una de las tesis más provocadora del artículo de Jaeger, et.al.(2024), es que la cognición no puede ser reducida ni al simbolismo lógico ni al procesamiento de información. Los organismos, desde una bacteria hasta un ser humano, construyen sentido desde su relación dinámica con el entorno. Esto implica que el conocimiento no es una copia del mundo, sino una co-emergencia entre el agente y su contexto: una creación transjetiva, como lo plantea Varela et.al. (1991).
Esta perspectiva resuena profundamente con las ideas de la transdisciplinariedad según Nicolescu (1996), que propone una integración entre disciplinas científicas, saberes tradicionales y dimensiones humanas (espiritual, estética, ética), imposible de conseguir desde un pensamiento lineal o disciplinar. El conocimiento que necesitamos hoy no puede seguir compartimentalizado, sino que debe ser generado por sistemas vivos que se enfrenten a problemas complejos: climáticos, sociales, tecnológicos, económicos (agregaría dialécticos).
Desde esta óptica, el pensamiento complejo articula entonces, una razón trialéctica (Morin, 2008): sujeto, objeto y contexto co-emergen. Esto se refleja en el modelo propuesto por Jaeger et.al. (2024), como una "trailéctica adaptativa", es decir, una tensión creativa entre metas, acciones y entorno que no puede ser codificada por ningún algoritmo cerrado.
Planteamos en ese sentido las siguientes preguntas.
¿Qué epistemologías emergen cuando aceptamos que no hay conocimiento sin vida?
¿Cómo diseñar políticas públicas, programas educativos o innovaciones tecnológicas desde esta trialéctica viviente?
La apuesta no es menor. El tránsito de un paradigma de control, predicción y optimización hacia una de co-construcción, anticipación y resiliencia es quizás el mayor desafío civilizatorio que enfrentamos. No se trata solo de cambiar nuestros métodos, sino nuestras formas de habitar el conocimiento, desde nuestra propia experiencia personal, grupal, comunitaria, colectiva.
Aceptar que no hay conocimiento sin vida significa asumir que todo acto de conocer está atravesado por la condición de estar vivos, vulnerables y en interdependencia con otros seres y entornos. Esta premisa rompe con el paradigma clásico de un saber neutro y abstracto, y abre paso a epistemologías que rescatan la complejidad de lo humano y no humano.
Entre ellas podemos destacar:
- Epistemología ecológica: Concibe el conocimiento como una red interdependiente de relaciones, donde cada aporte disciplinario tiene sentido en función de de un ecosistema de saberes. Aquí no se trata de acumular datos, sino de comprender las conexiones invisibles que sostienen la vida.
- Epistemología de la complejidad: Articula saberes contradictorios y complementarios, aceptando que la verdad no es absoluta ni final, sino un proceso emergente en diálogo entre disciplinas, culturas y generaciones.
- Epistemología de la emergencia: Entiende que el conocimiento, no es lineal ni predescible, sino que surge de la interacción de múltiples factores. Así, fenómenos como la resiliencia social, la creatividad colectiva o la regeneración ambiental no pueden explicarse desde un solo campo disciplinar.
- En políticas públicas: La trialéctica invita a formular políticas que partan de objetivos sociales y ecológicos integrados. Por ejemplo, una política de energía no debería integrarse a generar megavatios, sino también regenerar ecosistemas y empoderar comunidades. Esto exige gobiernos que no planifiquen en solitario, sino co-diseñen con ciudadanos, científicos, artistas y pueblos originarios.
- En educación: Significa trascender el modelo de enseñanza fragmentada por materias, hacia espacios de aprendizaje que aborden problemas reales y complejos (cambio climático, migraciones, desigualdad). El estudiante se convierte en un co-investigador que articula ciencias naturales, sociales y humanidades, aprendiendo no solo a responder preguntas, sino a formular las preguntas correctas.
- En tecnología: Demanda pasar de la obsesión por la innovación disruptiva hacia una innovación regenerativa y contextualizada. Una aplicación digital, un robot o una red de datos solo tienen sentido si mejoran la vida de las personas y fortalecen la salud de los ecosistemas. En este marco, el diseño tecnológico debe incluir no solo ingenieros, sino también ecólogos, filósofos, psicólogos, artistas y comunidades locales.
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